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La cuaresma: camino hacia la felicidad

La cuaresma: camino hacia la felicidad

Hermosa costumbre la de hacer cada día un examen de todas nuestras acciones. ¡Qué tranquila se nos queda el alma cuando ha recibido su parte de elogio o de censura, siendo censor ella misma que, contra sí misma, informa secretamente! Esa es mi regla: diariamente me cito a comparecer ante mi tribunal. En cuanto se queda a oscuras mi aposento y mi mujer, que sabe mi costumbre, guarda silencio por respeto al mío, comienzo la introspección de la jornada entera, pienso en todos mis actos, repaso mis discursos. No disfrazo, no adultero nada, no olvido cosa alguna. ¿Qué puedo temer del reconocimiento de mis faltas, cuando puedo decirme: no vuelvas a hacerlo, por esta vez te perdono? (Séneca, De la ira, Libro Tercero, XXXIV).

Para Séneca, la felicidad es producto de evitar vicios y pasiones desordenadas. El dominio de sí mismo, el rechazo a ser gobernado por los sentimientos, la reflexión en las profundidades del alma, conduce a la honestidad y a la vida virtuosa. “Desecha y pisotea lo que brilla por fuera, lo que te promete otro o ha de venirte de otro, aspira al bien verdadero y goza lo tuyo. La felicidad está en ti mismo, en la parte más noble de tu ser”, le escribía a su discípulo Lucilio (Cartas, 23). El examen de cada día predispone el camino hacia la alegría duradera, despojando al corazón de todo aquello que lo perturba y le roba serenidad: violencia, codicia, afectos desmesurados, orgullo exacerbado. Reconocer el error y rectificarlo es valentía moral, inteligencia para acercarse al bien y rechazar el mal. La felicidad es el premio.

La cuaresma cristiana viene de “cuarenta”, un número que en la tradición hebrea significa “siempre”. Los cuarenta días de Jesús en el desierto son un símbolo de que la tentación siempre estuvo presente en Jesús de Nazareth. Tuvo la tentación de ser rey, de mandar, de exquisitos banquetes, de desanimarse, de perder la esperanza (“Padre, si es posible aparta de mí este cáliz; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado). Al final, la confianza en el amor de Dios pudo más que las oscuridades de su alma. Permaneció fiel a su vocación y a su misión: cerca del amor que salva y alegra la vida.

Eso significa la cuaresma: tiempo de conversión. Cuarenta días que empiezan el miércoles de ceniza y terminan el domingo de resurrección. Tiempo de repasar cuáles son las esclavitudes que no nos dejan ser libres, y por lo tanto, felices. Tiempo de revisar qué cosas en nuestra vida están mal y cuáles debemos cambiar. ¿Cómo anda mi relación con Dios y con los demás?

Cuaresma: oportunidad para pensar cómo vivo mi vida. Tiempo para reconocer nuestras oscuridades, debilidades, limitaciones y errores. Tiempo de rectificar. Tiempo para experimentar el amor de Dios y saber por experiencia propia que Dios nos ama así como somos y no como deberíamos ser. La cuaresma es una época para sentirse amado por Dios.

Tal como lo quería Séneca, este examen diario es la antesala de mejorar lo que tenemos que mejorar. Mirar con sinceridad nuestra vida interior, nos libera de aquello que deshumaniza. Y al final de la cuaresma (así como con la práctica constante del examen diario) la alegría que nace hondo va sustituyendo a los afectos violentos que pueblan nuestro corazón.

La cuaresma termina con la resurrección, la vida nueva. La meditación conduce a vivir nuestra vocación en los placeres cotidianos, trabajos, sufrimientos, alegrías y convivencias de todos los días. El examen diario desemboca en la felicidad.

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