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¿Por qué hacemos oración?

¿Por qué hacemos oración?

 

En estas vacaciones estoy leyendo a Joan Chisttister, religiosa benedictina, sabia en las cosas espirituales, pero también profunda conocedora de lo que pasa en la tierra, tanto en el corazón humano, como en el centro del mundo.

¿Por qué hacemos oración? ¿Por necesidad de consuelo? ¿Porque necesitamos muletas psicológicas? ¿Porque nos encontramos en aprietos? ¿Por debilidad humana?

Unión, esperanza, toma de conciencia, cambio, tocar el fondo del dolor, arraigo, buscar la voluntad de Dios son conceptos que nos ayudan a encontrar sentido a la oración.

“Como anhela la cierva

estar junto al arroyo,

así mi alma desea,

Señor, estar contigo” (Sal. 41)

Buscamos a Dios por un gemido del alma, que busca lo que de veras sacia, la plenitud que llena todos los deseos. Mediante la oración nos presentamos ante Dios, abrimos nuestro ser, y él viene a nosotros, no con palabras que coinciden con las nuestras: se hace presente por medio de intuiciones, sentimientos, nociones, que deben ser cuidadosamente discernidas. Por medio de la oración tomamos conciencia de Dios, del resto del mundo y de nuestro lugar en el lugar en el universo.

La verdadera oración no son palabras rutinarias, sino reflexión, apertura, aceptación y exploración. Valoramos las palabras que utilizamos, nos cuestionamos qué piden de nosotros, buscamos su aplicación en la vida diaria y nos abrimos al cambio que poco a poco se va generando en nosotros. Con la oración nos vamos convirtiendo en lo que estamos llamados a ser.

La oración nos arraiga a la fuente de la vida, a las inspiraciones que nos señalan el camino que nos toca vivir, y pedimos a Dios visión y valor para cumplir su voluntad. La oración es un grito de esperanza, queremos a Dios cerca para renovarnos en nuestro interior, para mirar como es debido y para caminar a donde él quiere.

“El amor puro y la oración se aprenden cuando la oración se ha vuelto imposible y tu corazón se ha vuelto de piedra” (Thomas Merton). Cuando más lo necesitamos, cuando más alejados, es cuando más cerca estamos. La oración no es para huir del dolor humano, sino que brota del médula del dolor y se convierte en grito que busca liberación.

Y Dios se va apareciendo, para tocarnos el hombro y decirnos al oído: “Aquí estoy. Nunca me he ido. Vuélvete a mí. Vuélvete a tus hermanos que sufren. Eso es lo único que necesitas”.

La oración nos pone frente a frente con nuestras debilidades, nuestro orgullo; nos hace ver que la conversión es posible. Sólo hay una regla: amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos.

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