San Agustín
Agustín de Hipona fue el más grande de los padres de la iglesia latina. Nació el 13 de noviembre de 354 d.C., en la ciudad de Tagaste, que actualmente se llama Souk-Ahras y pertenece a Argelia. Agustín recibió una educación que lo hizo sabio en retórica y gramática. Conoció a profundidad a los grandes pensadores de las culturas griega y romana. Fue profesor de retórica y a los treinta años de edad se convirtió al catolicismo. Once años más tarde, por aclamación popular fue ordenado sacerdote y en el año 395 es consagrado obispo de Hipona. Su vida la dedicó a enseñar, a investigar, a escribir. Creó una obra fecunda, que lo llevó a ser el más importante maestro de la iglesia primitiva. Su originalidad, universalidad y creatividad de ideas hacen que su pensamiento siga siendo valioso para nosotros. Por sus méritos fue canonizado por la Iglesia que lo cuenta entre sus más grandes santos y padres.
Sociedad de su tiempo
Le tocó vivir una época en donde el imperio romano estaba en decadencia. Los pueblos bárbaros eran una amenaza constante y comenzaban a invadir los territorios dominados por el otrora poderío romano. Las ciudades cayeron en la ruina. La gente vivía entre guerras, violencia, caos, hambrunas y confusión. La corrupción de costumbres se dejaba ver en los vicios extendidos, los excesos en la vida pública y la injusticia que predominaba.
Horizonte filosófico
San Agustín se interesó por la verdad. “Quiero conocer a Dios y al mundo. Nada más”. Se interesó realmente por la humanidad, y no sólo quiso hacer catecismo o una obra en defensa de la religión católica. Sus preguntas: ¿Cómo lograr la conversión? ¿Dónde radica la salvación del género humano?
Filosofía de San Agustín*
Fue un pensador lleno de entusiasmo (lleno de Dios), apasionado.
Vivió convencido de que lo más importante no es pensar, ni tampoco los placeres del mundo. Lo importante es el amor.
Soy amado, luego existo.
Ama y haz lo que quieras.
Creía que por el amor se llega a la verdad. Quien ama conoce a qué vino a este mundo; quien ama encuentra lo mejor de la vida.
El amor humano se basa en el amor divino. Quien ama conoce a Dios. Quien ama vive lleno de Dios. Quien ama tiene fe. El amor es la fe en acción.
Para conocer hay que dudar. Todo es mudable, lo único cierto es que dudamos. Si dudas vives. Si dudas pensarás dos veces antes de actuar.
Aunque pensar no nos da la seguridad suficiente. Es necesario acudir a la interiorización.
“No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En el hombre interior habita la verdad”.
Es en el interior humano donde Dios ilumina a quien profundiza en sí mismo. “Tú eres más íntimo a mí mismo, que mi propia intimidad”.
Dios dentro de nosotros. El alma se ilumina y pone orden a los sentidos y al cuerpo. El alma recibe de Dios la sabiduría para dirigir la vida. Sin alma, sin vida interior, sin meditar sobre nosotros mismos, todo es dispersión y arañar la superficie de la vida.
Es el espíritu divino que vive en nosotros quien orienta nuestra existencia y nos impulsa a conocer, a amar. Sin Dios andaríamos sin rumbo, sin sentido, sin ideales, sin gusto por vivir.
Por esto hay que limpiar el alma; sólo el alma pura es vecina de Dios, sólo el alma pura conoce, ama, piensa bien.
Gracias a la ley de Dios todo tiene orden y sentido. La paz es resultado de seguir la ley natural divina. Cuando hay concordia entre los sentimientos, el conocimiento y la acción, hay paz en el corazón humano. Cuando hay una debida concordia entre los ciudadanos, la paz reina en la ciudad.
El ser humano se haya amenazado por la corrupción de la naturaleza que lo inclina al mal; en cambio, la gracia de Dios lo lleva al bien. Para San Agustín el desorden y la ruina de las ciudades se deben a que los seres humanos hacen mal uso de la libertad. Se dejan llevar por el orgullo, el instinto, el sentimiento de autosuficiencia, por atenerse a sus propias reglas, sin observar la ley de Dios.
La historia de la humanidad, según San Agustín, ha sido la eterna disputa entre la ciudad de los hombres y la ciudad de Dios. En esta última se observa el bien, el amor entre las personas, la solidaridad, porque hay piedad, obediencia a los valores del Evangelio.
Para salvarnos de la ruina personal y social, propone San Agustín, volvernos a la vida de Dios. Hacerlo algo vivo en nuestro corazón y en nuestro trato con los demás. Así reinarán el amor y la verdad, que es el mejor uso que podemos dar a nuestra libertad.
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antonia romero -
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